domingo, 8 de junio de 2008

El poder militar en la esencia de la decisión estadounidense

Uno de los comentarios más difundidos en cuanto al país del norte es la perfección de su democracia. El principal fundamento sobre el que ello descansa es la continuidad histórica del régimen democrático, sin interrupciones desde su nacimiento como estado independiente. Desde las primeras concepciones como las bondades atribuidas por Tocqueville al asociativismo del pueblo y la falta del “pecado original” de dicha nación, es decir, la falta de un pasado monárquico que justifique la subyugación, autoritarismo y centralismo en el gobierno; hasta otras más modernas como el excelente funcionamiento de los checks and balances (accountability vertical) y los mecanismos de accountability horizontal, principalmente de la sociedad civil.

Una “pequeña” crítica inicial podría considerarse acerca de qué es lo que se entiende por democracia. Si nos atenemos al concepto instrumental, es decir, la detentación, ejercicio y abandono del poder público, la democracia estaría funcionando muy bien. Pero por otro lado, si tomamos el concepto de democracia como espíritu del demos, como el derecho del pueblo para gobernarse a si mismo y para si mismo, la situación es menos favorable. Un simple indicador es la tardía inclusión de la población negra en la agenda pública y su inclusión social, si bien quedan notorios resabios. Resulta gracioso, sino alarmante, advertir que los Estados Unidos a pesar de una temprana abolición de la esclavitud y sus presiones para que los demás países americanos hicieran lo mismo, mantuvieron un política de segregación basada en criterios raciales hasta mediados de los 60´s.

Pero entrando en el aspecto central de este análisis, puede afirmarse que la nación estadounidense es una de las más militarizadas del planeta. Desde el abandono del aislacionismo característico de la política exterior llevada a cabo desde Washington –aislacionista en Europa, intervensionista en América–, el componente militar ha crecido enormemente en importancia y actividad. Llegando a convertirse en “una nación en armas”, el pueblo estadounidense ha crecido a la par de un cada vez mayor rol del ejército en el plano internacional. Las fuerzas armadas han ido constituyendo una empresa gigantesca productora de empleo, y resulta increíble notar como en la mayoría de las familias hay algún miembro del ejército. Junto a ello, el presupuesto militar ha ido escalando hasta alcanzar cifras astronómicas. Esta máquina de destrucción sólo puede alimentarse mediante el negocio de la guerra.

Apoyándose en su importancia como institución fundamental de la construcción del estado y punta de lanza del porvenir, las fuerzas armadas han ido desarrollando una concepción altamente positiva, puertas adentro de los Estados Unidos. Por esta razón, no se ha llevado a cabo un profundo revisionismo sobre la actuación y los excesos de dicha institución. Si bien existe un legado de denuncias de las atrocidades llevadas a cabo por los estadounidenses en el exterior como en la ocupación del territorio japonés en la post-guerra o las calamidades llevadas a cabo en la guerra de Vietnam, estas no han sido mayoritarias o no han causado cambios importantes en ese sentido. Entre lo menos criticado, sin lugar a dudas, se encuentra la difusión y el apoyo a las dictaduras latinoamericanas. En la actualidad existe una importante difusión y crítica sobre las violaciones a los derechos humanos en Guantánamo y Abu Graihb, pero que no parecen indicar ningún golpe de timón.

Este peso fundamental del componente militar en la sociedad tiene un obvio correlato en el poder de decisión gubernamental. Si nos atenemos a los análisis de política exterior, puede verse que en los Estados Unidos existe una elaboración de tipo gubernamental-burocrática, en términos de Graham Allison. “La política exterior no es formulada por un actor central que toma racionalmente decisiones, sino más bien por un conglomerado de organizaciones e individuos que difieren entre sí, a veces formalmente, acerca de cuáles son los intereses del gobierno, los objetivos que deberían perseguirse y los cursos de acción más adecuados o factibles para conseguirlos.”[1] Dentro de la multiplicidad de actores que influyen e intervienen en el proceso de adopción de decisiones de política exterior, cuyo peso relativo y grado de participación es muy variable pueden citarse: Poder Ejecutivo, Poder Legislativo, Servicio Exterior, Estado Mayor Conjunto, Grupos de productores, Exportadores, Sector Financiero, Medios de comunicación, Partidos políticos, etc.

En esta estructura de poder, el poder militar ocupa un rol fundamental. La cúpula mayor de las fuerzas armadas y los servicios de inteligencia son los que se sientan en la mesa chica de decisiones y su voz y voto son ampliamente aceptados. Esta gravitación militar tan participativa e influyente en la esencia de la decisión es un factor fundamental para explicar la continuidad del modelo democrático estadounidense. No existe una independencia del gobierno de las fuerzas armadas, sino que estas poseen un papel rector y tutelar desde dentro mismo del gobierno. Por ello, resulta innecesario que dicha institución realice presiones por fuera de la institucionalidad o lleve a cabo acciones de fuerza para la consecución de sus intereses.

Como resultando de esta configuración de poder no puede esperarse otra conducta en la política internacional. Estos son los peligros de que el lobo duerma adentro.

[1] Tomassini, L. (1989) “Teoría y práctica de la política internacional”, pág. 239.

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